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El autocuidado de la salud, y la discapacidad intelectual desde terapia ocupacional

12 noviembre, 2022

El autocuidado es una conducta aprendida, orientada hacia un objetivo en situaciones concretas de la vida, que puede ser definido como las acciones que realizan las personas sobre sí mismas, hacia los demás o hacia el entorno, para regular factores que afectan su propio desarrollo y funcionamiento, en beneficio de su vida, salud o bienestar y la familia.

Abarca todo un conjunto de prácticas que van desde la alimentación sana a los hábitos de vida saludables para prevenir la aparición de enfermedades, así como el cuidado de la salud en pacientes crónicos. De hecho, un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2015 destacó que un autocuidado responsable permitiría prevenir el 75% de los casos de infartos, ictus y diabetes tipo 2, y el 40% de los casos de cáncer. Así que, no siendo idénticos, prevención y autocuidado son términos hermanos.

Actividades del área de autocuidado.

Las actividades de la vida diaria (AVD) son aquellas realizadas habitualmente durante el día por personas, siendo universales, si bien con diferentes contextos culturales. Encontramos tres tipos de AVD (actividades de la vida diaria): Básicas, instrumentales y avanzadas.
Las personas presentan ocupaciones y roles ocupacionales, mientras ejecutan actividades y tareas, siendo la tarea parte de la actividad. Por tanto, podríamos afirmar que la ocupación está formada por actividades que, a su vez, se dividen en tareas.
Para llevarlas a cabo actividades, es necesario estar en posesión de habilidades que podrán ser adquiridas o aprendidas y modificadas por el entorno.
La actividad es necesaria y surge de manera espontánea en las personas, además de cubrir necesidades como el placer, resuelven problemas, permiten expresarse, comunicarse y relacionarse. La actividad es característica del ser humano, a través de ella desarrollamos habilidades y nos enfrentamos a nuestras limitaciones.

En lo que respecta a las personas con discapacidad intelectual:

Estas suelen manifestar necesidades de apoyo, más o menos significativas, en su repertorio de habilidades y estrategias para el autocuidado, y pueden presentarse dificultades en la realización de actividades de aseo personal, vestido/desvestido, comida, higiene, apariencia física, etc. Por supuesto, no todas las personas con discapacidad intelectual tienen dificultades en los mismos ámbitos ni con la misma intensidad.
Lo importante en cada caso es identificar y ofrecer el nivel de apoyo que requieran con la posibilidad de ofrecer apoyos más puntuales (en el inicio de la actividad) más intensos (necesita que se supervise su actuación en cada tarea) o bien generalizados (con indicaciones verbales o ayuda física presente en todo momento). Por tanto, entrenar, formar, acompañar y apoyar a las personas con discapacidad intelectual en su autocuidado, debe ser una constante en una intervención enfocada a la mejora de la calidad de vida.

Educación para el autocuidado:

La educación para el autocuidado va más allá de la transmisión tradicional de la información, debe permitir al paciente preguntar y darle respuestas comprensibles de acuerdo a sus necesidades (creencias, preocupaciones y barreras, entre otras). La educación es la piedra angular para el autocuidado, ayuda a establecer y mantener una interacción entre el paciente y el profesional de la salud para la toma de decisiones informadas, lo que permite lograr su participación activa, modificar conductas de riesgo y generar acciones de autocuidado.
Desde la experiencia y trabajo con los usuarios del programa de rehabilitación integral del centro de atención neurológica, se diseñaron estrategias de enseñanza/aprendizaje para abordar y reentrenar en la ejecución de actividades de la vida diaria, teniendo en cuenta los siguientes pasos:

Siempre tener en cuenta lo siguiente:

Claridad:

Cuando se dan instrucciones, es importante ser claro y preciso, siempre la enseñanza se da demostrativa, asistida y por último independiente.

 Ayudas visuales:

Dentro del baño donde se llevan a cabo las actividades de higiene mayor y menor se implementan dibujos del paso a paso según la actividad: lavado y secado de manos y cara, cepillado de dientes, ida al inodoro, baño corporal en ducha.

Coherencia y constancia:

Hay que tener en cuenta, asimismo, que el joven observa su entorno y lo imita: no sería correcto desaprobar una conducta que contempla de forma habitual en su familia.

Mantener el respeto mutuo:

Desde el núcleo familiar y desde el acompañamiento terapéutico, se debe hacerle entender al joven cuando presenta alguna conducta disruptiva que solo lo escucharán si se calma, no solo porque debe ser respetuoso, sino porque al hablar gritando y llorando, nadie le entenderá.

Hablarle con firmeza y a los ojos:

Es ideal hablarle centrando su atención frente de él, ubicarse a su altura, manteniendo una postura corporal firme. Con esta misma firmeza, pero siempre manteniendo el respeto, haciendo contacto corporal y mirarlo fijamente a los ojos hasta que responda a esa mirada. Esta es una muy buena señal y se convierte en el mejor momento para enseñarle.

Consenso y complicidad:

Es necesario que todos los miembros del núcleo familiar y del equipo interdisciplinario con responsabilidad sobre el joven, apliquen las mismas pautas a la hora de enseñar buenos hábitos de higiene. Todos deben permitir, o no, las mismas actuaciones.

Realizado por:
LILIAM KATERINE GARCÍA 
Terapeuta Ocupacional

Referencias:
Tomado de revista ocupación humana, libro Modelo de la ocupación humana.

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